Caen al vacío de un ojo revuelto por el sol, sobre la mano de un hechicero albinegro; mano de magia oscurecida, sobre la frente de un espíritu desteñido.
Los rezos ya son indecibles, las invocaciones interminables; se revuelca en la tierra un dios despreciado, raído; su cuerpo es su único alimento, ni su sangre lo mantiene vivo.
Son ángeles lo que lo hacen a un lado, los que bailan en trance, los que gritan; son ángeles que no vuelan.
Los ríos son solo llantos de vírgenes desfloradas, iniciadas por voluntad en sus grutas; lujosas y bien vestidas, callan ahora su pecado, cómplices de ver a un dios revolcado