Ella es otra más de cientos a las que cada mañana la vida les cae como un saco de cemento sobre la espalda. El solo hecho de abrir los ojos es una nueva condena; la de perder a su hijo una y otra vez. Lo pierde cada día hace cuarenta y cinco años. Se lo llevaron de noche en el camión militar. Nunca más lo volvió a ver. En su pecho permanece su fotografía y en su memoria su sonrisa joven, que es lo único que le permite seguir luchando.
Los desaparecidos no cumplen años, la tristeza sí.