Pucura, febrero 1993

 

Salgo aun medio dormido de la carpa madre, amplia y azul, sus raíces metálicas se confunden en el pasto y se agarran como manos de pescador a sus fértiles espineles

Unido a ella umbilicalmente por mi sueño, comienzo a recoger las redes de mis sentidos que extendí cardinales y lacustres

¡Buena pesca! Y la mañana se convierte en recuperar y alimentarse

Queltehue y tiuque a dúo coronan con sones circulares los árboles sureños que velaron la noche, para beber las primeras nubes grises de esta jornada

El frío se acerca y me toca lentamente con su herida tan afilada que no duele hasta estar abierta, abrigarse y unos tiritones son el mejor cicatrizante

Aire húmedo, cargado de cotidianas fragancias, me refresca los ojos y veo la fogata que duerme desde anoche, cuando nos sentimos renacer unidos por las llamas, cuando escuchamos cautivados su crepitante reflexión, tanto más o menos intensa para cada cual, el ave fénix fue una tortilla de rescoldo

Tierra húmeda de imágenes presentes y recuerdos livianos como la mano de una niña que viene saludando hace una cuadra con su mano en alto, como ingrávida; refrescantes como correr y dejarse atrapar de una zambullida por las sombras de lago Calafquén; nutricios como agarrar moras en una caminata con un amigo más nutritivo que las mismas moras; emocionantes como la calidez de los compañeros de travesía; elocuentes como el silencio.

 Recojo mis redes tan llenas que parecen interminables olas desenvolviéndose para bañar mis días cardinales y lacustres.